Parece que los comentarios públicos no son del agrado de muchos. Por eso y por más razones, que no vienen al caso, aquí os dejo una cuenta de correo en la que podeis decir lo que os venga en gana.

Vayan por adelantado las gracias por ponerte en contacto.

doytegracias@gmail.com

domingo, 17 de febrero de 2008

Once upon a day ...

Un elefante, se balanceaba sobre la tela de una araña... Supongo que una cancioncilla tan simple no debería tener tanta transcendencia, pero no es así. Todo aquel que se precie la ha cantado en una ocasión y más en un campamento o de viaje.
Esto me trae a la memoria lo especiales que eran los viajes de antaño. Media familia metida en un seiscientos y su equipaje amarrado con un pulpo en la baca. Qué tiempos!. 2 horas y media para recorrer 100 kilómetros. Como para no dar tiempo a cantar: la del elefante, vamos a contar mentiras, cocherito leré y unas cuantas del circo de la tele.
No sé que le parecería al que conducía, pero a los pasajeros nos entusiasmaba mirar el paisaje y ver como se quedaba borroso al coger velocidad -cuesta abajo, claro- y cuando se empezaba a hacer eterno a contar los postes de teléfono o a competir con los hermanos mayores a sumar las matrículas de los coches que se cruzaban antes de que nos pasasen.
Cualquer cosa con tal de ir de viaje. Eso si que era sacrificarse por un hijo. Gracias Papá, gracias Mamá. En cuanto despuntaba un domingo de buen tiempo, carretera y manta. Aunque fuera para ir a Valcuevo -cuando el campo era libre y no tenía tanta cerca-.
Y los cambios de rasante, eso ya era lo más: Cosquillas en el estómago!. Algo que por culpa de los amortiguadores y los estabilizadores de carga se ha perdido para siempre.
Supongo que por cosas como éstas me encanta coleccionar elefantes y en cuanto pude ahorrar 2 millones me compré el coche.
A fin de cuentas nos pasamos media vida intentado recordar nuestra infancia con la vana idea de seguir siendo niños. Nos empeñamos en dar a los hijos o sobrinos todo aquello que no tuvimos cuando la realidad es que nuestra felicidad se daba por lo que éramos y hacíamos y no por lo que teníamos.
Ese es otro mal que nos agobia. Queremos lo que no tenemos y nos empeñamos en comprarnos cuando lo que buscamos es darnos.
Lo que habré jugado con cajas de cartón durante toda mi infancia. Aún recuerdo la cara de mis hermanos un día de reyes en el que les regalé a mis sobrinos una gran caja de un televisor. Hasta que no se rompió una semana después ninguno usó los regalos tan caros que sus majestades les obsequiaron.
Pero eso es la niñez. Ahora tienes una casa y te gusta otra. Tienes un coche y quieres cambiarlo, Cobras un buen sueldo y siempre se queda corto.
Los sueños ayudan a prosperar, pero a veces son tan deseados que producen ansiedad por conseguirlos.
Voy a tejer mi tela de araña, a ver si puedo cargar con todos los elefantes de mis sueños y ... como veían que no se caían fueron a llamar a otro elefante.

Memorias del recuerdo

Lo bueno y lo malo de la mente humana son los recuerdos.

Cuando la vida te impulsa a seguir adelante, cueste lo que te cueste, tu inevitable compañera es la memoria.
Memorias de experiencias marcadas a fuego.
Recuerdos de tu vida en sensaciones.
Reacciones del pasado que se hacen presente.
La lógica de lo vivido es traído, con frecuencia erróneamente, para resolver el presente, o plantear un futuro por explorar. Siempre la experiencia es un grado y el zorro viejo tiene mucho camino andado y muy curtido su pellejo.
Pero eso solo te es válido, y no siempre, cuando de mundanas cuestiones se trata.
Cuando los sentimientos son los que mandan, los recuerdos, las memorias del pasado son solo equipaje que sobra.
La vida, trasiego de moradas, acervo de recuerdos ...
El paso del tiempo, arañar la felicidad, poner los cimientos en tierra firme, confiar en Dios, amar y anteponer la familia a todo, limpiar la memoria y aceptar los recuerdos es el mejor modo de pasar las moradas.
Poner al día el almacén de memorias del recuerdo, sin eliminar nada de lo vivido, pero colocando cada cosa en su sitio, es una tarea obligada para que la vida no sea un continuo pasarlas moradas.