Un elefante, se balanceaba sobre la tela de una araña... Supongo que una cancioncilla tan simple no debería tener tanta transcendencia, pero no es así. Todo aquel que se precie la ha cantado en una ocasión y más en un campamento o de viaje.
Esto me trae a la memoria lo especiales que eran los viajes de antaño. Media familia metida en un seiscientos y su equipaje amarrado con un pulpo en la baca. Qué tiempos!. 2 horas y media para recorrer 100 kilómetros. Como para no dar tiempo a cantar: la del elefante, vamos a contar mentiras, cocherito leré y unas cuantas del circo de la tele.
No sé que le parecería al que conducía, pero a los pasajeros nos entusiasmaba mirar el paisaje y ver como se quedaba borroso al coger velocidad -cuesta abajo, claro- y cuando se empezaba a hacer eterno a contar los postes de teléfono o a competir con los hermanos mayores a sumar las matrículas de los coches que se cruzaban antes de que nos pasasen.
Cualquer cosa con tal de ir de viaje. Eso si que era sacrificarse por un hijo. Gracias Papá, gracias Mamá. En cuanto despuntaba un domingo de buen tiempo, carretera y manta. Aunque fuera para ir a Valcuevo -cuando el campo era libre y no tenía tanta cerca-.
Y los cambios de rasante, eso ya era lo más: Cosquillas en el estómago!. Algo que por culpa de los amortiguadores y los estabilizadores de carga se ha perdido para siempre.
Supongo que por cosas como éstas me encanta coleccionar elefantes y en cuanto pude ahorrar 2 millones me compré el coche.
A fin de cuentas nos pasamos media vida intentado recordar nuestra infancia con la vana idea de seguir siendo niños. Nos empeñamos en dar a los hijos o sobrinos todo aquello que no tuvimos cuando la realidad es que nuestra felicidad se daba por lo que éramos y hacíamos y no por lo que teníamos.
Ese es otro mal que nos agobia. Queremos lo que no tenemos y nos empeñamos en comprarnos cuando lo que buscamos es darnos.
Lo que habré jugado con cajas de cartón durante toda mi infancia. Aún recuerdo la cara de mis hermanos un día de reyes en el que les regalé a mis sobrinos una gran caja de un televisor. Hasta que no se rompió una semana después ninguno usó los regalos tan caros que sus majestades les obsequiaron.
Pero eso es la niñez. Ahora tienes una casa y te gusta otra. Tienes un coche y quieres cambiarlo, Cobras un buen sueldo y siempre se queda corto.
Los sueños ayudan a prosperar, pero a veces son tan deseados que producen ansiedad por conseguirlos.
Voy a tejer mi tela de araña, a ver si puedo cargar con todos los elefantes de mis sueños y ... como veían que no se caían fueron a llamar a otro elefante.