Pasar la página de una etapa de muerte y destrucción. Pasar de puntillas por la superficie del lodazal de la vida, quimera y eufemismo de estar hasta el cuello de mierda y no lograr encauzar una senda lógica en mi existir.
Podría continuar con este ilógico galimatías que enturbia el entender, pero no tengo tiempo para pudrirme en extraer a la luz los problemas de mi sinrazón.
De qué vale dejarse la piel, quemar una vida, elevar las ilusiones a realidades, si el rencor, la envidia y la inutilidad de los inoperantes con poder son capaces de conseguir que todo se convierta en un relatar de sermones hediondos que enmascaran la bajeza de moral de aquel que predica por el Creador en su insana intención de darle color de verdad a lo que su mente podrida elabora en lo más hondo de su mal proceder.
Nunca dejará de sorprenderme como el facineroso, el inútil, el malabarista de la ineptitud acaba consiguiendo triunfar en sus planes. Cueste lo que cueste y aún a pesar de derribar su propio tenderete. Pero lo primordial es acabar con aquél que tuvo la osadía de plantarle cara a su ceguera.
Aún no alcanzo a discernir si la maldad del actor es más cruel para la víctima que el lavatorio de manos de los cooperantes, que cual Pilatos eterno, no solo no impiden, sino que justifican o amparan su quehacer.
Sirva pues este inconexo eructo de palabras teñidas de rencor como exorcismo indefinido para afrontar el mañana limpio de lastres.
La fuerza del absurdo me obliga a prescindir de cosas amadas, me limita a ser un personaje gris y a decir adiós a unos mundos coloreados por las risas de los niños.
Ya no hay más lágrimas que derramar. Solo aceptar y soñar. Dejar de ver el mundo entre aguas y saludar al nuevo sol. Sentir el calor del saber que no hubo mal hacer, si no un desconocer quien era el enemigo.
Y entre tanta mala gente y tanta marranería siempre existe ese grupo; muchísimo más numeroso del que me cabía esperar; que ha sabido reconocer, que han querido agradecer, que les ha dolido mi marchar.
Y esa es mi venganza: aquellos a los que les duele mi dolor como suyo no han permitido el triste y sucio final de sacarme por la puerta de atrás. Llevo días en que mi vida es un desfilar de muestras de aprecio, cariño e incluso amor. De romper sus vacaciones por demostrarme la sinceridad de su mano tendida. Y todo ello ante la mirada atónita del absurdo que queriendo lavar su conciencia se une a la procesión del sentir en un despropósito que denota, en mayor medida si cabe, que el que es tonto por naturaleza solo sabe hacer el ridículo.
Qué razón lleva la máxima salmanticense: "Quod natura non dat, Salmantica non praestat".
Descanso eterno a los ineptos. La valía demostrada sigue su senda, y cual arrieritos, en el camino tendremos ocasión de reencontrarnos. Y como el tiempo es juez inexorable que quita y pone razones, todo ocupará su lugar.
Ahora al menos acabó el dislate y la tranquilidad mora en mi cerebro. Terminó de caer la espada de Damocles y puedo disfrutar de la paz que no ha acompañado mi obrar en los últimos meses.