Suenan tambores y campanas entre las corrientes del Duero. Tono
s que traspasando sus siempre sorprendentes puentes toman camino a las vecinas tierras salmantinas.
Sonidos de carracas y metal, de madera y cornetas.
Cantos de miserere. Pardos de capas. Copas que son cinco en la madrugada.
Plaza de la Catedral con tanta gente dentro como fuera, con tanta expectación, como devoción. Todo presidido por la achatada "torre del gallo" que corona la Santa Catedral Zamorana.
Sones e imágenes que me hacen recordar que hace un tie
mpo fui niño y estuve allí. Que me hacía hombre y recorría sus calles en busca de otro momento en que sentir.
Dulces iglesias, chocantes contrastes del mundo nuevo en pugna por conservar lo antiguo e integrarlo todo en lo que es actualmente uno de los rincones más entrañables y apacibles que se pueden visitar en nuestra querida, y abandonada por todos, tierras leonesas, ahora ya castellanas por el rigor del tiempo que no perdona la historia antigua en escarnio por la viveza de la
reescrita historia moderna.
Crucificados, Vírgenes, Yacentes. Qué mordaz es tu mirada y qué temor ante tus trémulas verdosas carnes mi amado Injurias. Qué descanso mirar en tu museo, quien pensara que dormís en espera por derramar vuestra pasión por las tierras de Viriato.
Gentes sobrias y frías por su clima que nada tienen que ver con el calor que desprende su corazón y el despego por lo suyo que te lo hacen tuyo solo por pedírselo mirar.
Zamora, qué ansias tengo por volver a sentir tu semana santa bañando mi ser. Por volver a llorar al rezar cantando una fría noche tu cuerpo yacente. Por estremecer mi cuerpo al gruñir de tus capas. A vivir el bullicio del que no se siente de fuera por que Tu vas por dentro.
Por volverte a rezar ante mi entrañable yacente catedralicio. Por volver a traer al recuerdo esa infancia que me descubrió el amor por una tradición que más tarde me hizo amar la de mi tierra, quien sabe si por sentirme más cerca de aquella.
Y si en Andalucía se canta y se siente, en Castilla se cruje y se reza. Pero ante todo lo que nos une, porque unos y otros pasionamos con y para Cristo.
Y siendo cercana la hora del inicio, al tosco y sordo sonido del martillo sobre la madera, solo cabe esperar ... rasgando el corazón, entre alfileres de emoción por garganta, que un año más podamos oírnos gritar un "al cielo con ella", y aguantando las lágrimas de satisfacción, y sin perder un momento de atención, podamos tararear un "Mater mea" mientras nuestros labios sin apenas mover sepan rezar a Dios un Gracias por venir.
Respeto, el Cristo ha muerto.
Reza, su cuerpo yace.
Ama, su madre nos conforta.
Grita, la noche nos envuelve.
En pie, la Pascua ha brotado.