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sábado, 13 de septiembre de 2008

Trapa, algo más que chocolate

Seguramente todos conocemos los chocolates de Trapa, o las cervezas de abadía como la Chimay o Leff. Incluso hemos oído hablar del Cister. O nos suena un pueblo llamado Dueñas o un santo de nombre S. Isidoro ...
Pero lo que ya no es del dominio público es que todo eso -y mucho más- lo podemos encontrar juntito, como un pack de oferta, en un mismo lugar de ensueño.
Recuerdo que la primera vez que pasé por esa carretera contaba con 22 primaveras y era el año entre los años: 1992 con La Expo, las Olimpiadas, la FUG ... Me quedé sorprendido al descubrir un gran botijo al pie de la carretera y un lindo puestecillo de venta de chocolates. Un gran letrero despertó mi curiosidad: TRAPA. Entre árboles, escondido, se intuía la presencia de un edificio de porte noble al otro lado de la carretera: El Monasterio Cisterciense de San Isidoro de Dueñas.
Desde entonces ya lo habré visitado unas 5 veces y a cada cual mejor.
El monasterio, o la abadía, tiene poco de turístico. Para el general de las gentes no tiene nada que ver y seguramente nada que fotografiar. Pero es eso, lo invisible, lo que hace mágico al lugar.
Para empezar, es casi imposible acertar a la primera con el camino de acceso, y cuando lo consigues te encuentras que el edificio está totalmente reformado debido a los abandonos, desamortizaciones e incendios de manera que estamos ante un edificio de mediados del siglo XX y unos alrededores totalmente modernizados con la autovía y el ferrocarril que une Valladolid y Palencia con un constante zumbido del tráfico y un temblor horrendo cada media hora al pasar el tren. Los jardines exteriores son modernos y las grandes ventanas son de Climalit. La Iglesia de marcado estilo Románico y el convento Herreriano, solo guarda el aspecto exterior.
Esta tarjeta de presentación, antítesis del viaje de tus sueños, es la que permite que hable del lugar en que más paz he encontrado en toda mi vida. Y no miento, aquí solo se viene a visitar el monumento más precioso que existe: tu propio interior.
Los trapenses, como orden de clausura que es, solo permite un acceso restringido al templo, la visita a la capilla oratorio del Beato Rafael y una pequeña tienda.
Empiezo por hablar de la tienda. Me encantan estos lugares. Siempre encuentras las cosas más inesperadas. Entre los típicos recuerdos religiosos y alguno que otro manjar se encuentran las joyas de la corona: Libros, música o vídeos que no existen en otro lugar y que por supuesto hay que adquirir. Primero por puro interés y sobre todo por ayudar a sobrevivir a una gente que privándose de nuestros placeres, se dedican a pedir por nuestro bien a través de sus sacrificios.
La capilla del Beato es un ejemplo de austeridad y una oportunidad de reflexión. Un rinconcito diseñado por su sobrino Leopoldo Arnaiz Eguren para albergar sus restos y que todo te hable de Dios.
La Iglesia. No creo ser capaz de transmitir lo que es.
Entras y te hayas en un recuadro de doble cuerpo de 5 bancadas que bien en tinieblas, bien alumbrado con dos tenues bombillas te deja entrever, tras la verja y en la nave lateral, un calvario con el crucificado que más me impone. Ya en la central, observamos un alargado y amplio espacio coronado con una ascensión de la Virgen y a sus pies dos paneles representando a la humanidad ante el misterio de la Dormición y todo precedido de una cruz que por la penumbra parece levitar bajo el crucero.
Entre la verja y el altar se encuentra el coro donde los "hermanos" trapenses hacen sus oraciones.
Por supuesto que todo te hace orar, pero si sabes esperar y asistes a su turno de oficio te parecerá entrar en otro mundo. Oración cantada, Dios mismo en pentagrama. Y gracias a los tiempos que vivimos en perfecto castellano.
Riete de los coros profesionales. No hay grandes voces, ni acordes complejos, pero hay paz, amor, entrega y verdadera presencia de Cristo cuando dos o más nos reunimos en su nombre.
Me atrevo a recomendar la celebración de la Vigila Pascual en la noche del Sábado Santo. Esa noche Jesucristo resucita en ti bajo ese cielo. La verja de la clausura se rompe y todos como hermanos compartimos un mismo lugar de oración. Avanzar por la nave central hasta el altar y recibir la Sagrada Forma flanqueado por los cantos al atravesar el coro es una experiencia inolvidable. Recogerse en cualquier rincón de las naves laterales para orar a Dios sanado por el cuerpo ostiado del Cristo resucitado ...
Si esto te sabe a poco, o no puedes quedarte a medias, puedes hospedarte y vivir con y como ellos.
Solo recordar una cosa: Respetar sus indicaciones es la única manera de conseguir que el milagro se haga en ti.
Guarda silencio, es un lugar de oración. Apaga tu móvil, para hablar con Dios no lo necesitas. Son dos carteles que te abren camino a los templos.
Y me despido con el corazón abierto, prometiendo volver. Mascullando las palabras del Beato Rafael: ¡Solo Dios!
Haciendo mío su pensar: "No quiero que mi vida sea otra cosa que un acto de amor ... quiero amar a Jesús con frenesí ... quisiera dejar de vivir, si vivir pudiera sin amar"
Más información:

Memorias del recuerdo

Lo bueno y lo malo de la mente humana son los recuerdos.

Cuando la vida te impulsa a seguir adelante, cueste lo que te cueste, tu inevitable compañera es la memoria.
Memorias de experiencias marcadas a fuego.
Recuerdos de tu vida en sensaciones.
Reacciones del pasado que se hacen presente.
La lógica de lo vivido es traído, con frecuencia erróneamente, para resolver el presente, o plantear un futuro por explorar. Siempre la experiencia es un grado y el zorro viejo tiene mucho camino andado y muy curtido su pellejo.
Pero eso solo te es válido, y no siempre, cuando de mundanas cuestiones se trata.
Cuando los sentimientos son los que mandan, los recuerdos, las memorias del pasado son solo equipaje que sobra.
La vida, trasiego de moradas, acervo de recuerdos ...
El paso del tiempo, arañar la felicidad, poner los cimientos en tierra firme, confiar en Dios, amar y anteponer la familia a todo, limpiar la memoria y aceptar los recuerdos es el mejor modo de pasar las moradas.
Poner al día el almacén de memorias del recuerdo, sin eliminar nada de lo vivido, pero colocando cada cosa en su sitio, es una tarea obligada para que la vida no sea un continuo pasarlas moradas.