En muchas ocasiones levantamos murallas para protegernos de nuestros enemigos y suelen ser útiles para ese propósito, pero a veces también provocan que la gente se centre en ellas y se olvide de mirar más allá.
Y eso es lo que pasa con la ciudad de
Ávila. Preciosa ciudad que rara vez es recordada por algo más que su maravillosa

muralla y cuando se traspasa la visita queda
obnubilada con el recorrido Teresiano.
Por supuesto que la muralla es lo mejor en este campo que se puede ver en España y seguramente en todo el mundo y la presencia de mi amada Santa Teresa empapa cada piedra del lugar y turísticamente es el gran filón de la ciudad.
La Catedral y la Basílica de San Vicente son los otros puntos que generan más atracción al visitante.
Repito que todo lo mencionado bien merece más de una visita y para nada defraudará las más altas expectativas del más exigente viajero ávido de conocimiento y presto a retratar todo cuanto vea.
Sin duda Ávila, además de una pequeña ciudad demasiado cercana a Madrid, es un gran tesoro artístico. Todo su casco histórico está plagado de lugares de interés y entorno a su muralla se condensa otro numeroso acopio de templos y edificios nobles.
De resaltar es el mencionado San Vicente y un buen punto de partida al tener a su lado el centro de información al visitante, muy bien dotado y de agradable trato en su personal.
Pero mi interés va más allá.
Y no digo mal, pues el punto que más me ha sorprendido de mi última visita es el más lejano al centro de la ciudad. Cogiendo por referencia la salida de la muralla junto a la Catedral y dejándose caer por una empinada cuesta que lleva por nombre Paseo de Santo Tomás se llega a él.
Real Monasterio de Santo Tomás (1493). Como dice la envidiable cultura taurina, en dos palabras: Im Presionante.
Una joya oculta a primera vista, un desconocido que por unos miserables euros, tan solo 3, dan una de las visitas más intensas que he tenido en mucho tiempo.
Residencia veraniega de los Reyes Católicos, Museo Oriental. Museo de ciencias naturales, Arquitectura gótica isabelina y para acabar de morirse de gusto, al más puro anuncio de televisión, finaliza la visita en la Basílica.
Sirva dar unos nombres: Berruguete o Domenico Fancelli para abrir boca de lo que este templo encierra. Coro y altar en un mismo plano elevado sobre la nave central en la que se encuentra el sepulcro de mármol blanco del Príncipe D. Juan y todo con ese sabor sobrio de los Dominicos.
Y hasta aquí os puedo contar por hoy. Hablaría horas y horas pero eso será otro día y os contaré todo aquello que a raíz de una visita he descubierto.
Paladear este entrante: D. Juan, único hijo varón y heredero de los RR. Católicos que murió a los 19 años de tuberculosis en Salamanca, entre sus títulos sobresalen ser Príncipe de Asturias y Gerona, duque de Montblanc, conde de Cervera, señor de Balaguer y Gobernador o Señor de Salamanca. Hubiera sido Juan III, primer rey de España.
Y de esta manera, ahora me quedo fuera de mis murallas, y os invito a pasear por la historia, a soñar con lo que pudo ser y descubrir los juegos que hace la vida. El porqué de unas tradiciones y cómo un mal fario, además de sombras, también nos trae luces.
"La gran flor de España llevó Dios en flor,
en flor floreciente de mucha virtud,
su gran majestad, real celsitud
nos dexa en España muy mucho dolor." (Juan del Encina)