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domingo, 31 de agosto de 2008

Matando al perro, se acabó su rabia

Pasar la página de una etapa de muerte y destrucción. Pasar de puntillas por la superficie del lodazal de la vida, quimera y eufemismo de estar hasta el cuello de mierda y no lograr encauzar una senda lógica en mi existir.
Podría continuar con este ilógico galimatías que enturbia el entender, pero no tengo tiempo para pudrirme en extraer a la luz los problemas de mi sinrazón.
De qué vale dejarse la piel, quemar una vida, elevar las ilusiones a realidades, si el rencor, la envidia y la inutilidad de los inoperantes con poder son capaces de conseguir que todo se convierta en un relatar de sermones hediondos que enmascaran la bajeza de moral de aquel que predica por el Creador en su insana intención de darle color de verdad a lo que su mente podrida elabora en lo más hondo de su mal proceder.
Nunca dejará de sorprenderme como el facineroso, el inútil, el malabarista de la ineptitud acaba consiguiendo triunfar en sus planes. Cueste lo que cueste y aún a pesar de derribar su propio tenderete. Pero lo primordial es acabar con aquél que tuvo la osadía de plantarle cara a su ceguera.
Aún no alcanzo a discernir si la maldad del actor es más cruel para la víctima que el lavatorio de manos de los cooperantes, que cual Pilatos eterno, no solo no impiden, sino que justifican o amparan su quehacer.
Sirva pues este inconexo eructo de palabras teñidas de rencor como exorcismo indefinido para afrontar el mañana limpio de lastres.
La fuerza del absurdo me obliga a prescindir de cosas amadas, me limita a ser un personaje gris y a decir adiós a unos mundos coloreados por las risas de los niños.
Ya no hay más lágrimas que derramar. Solo aceptar y soñar. Dejar de ver el mundo entre aguas y saludar al nuevo sol. Sentir el calor del saber que no hubo mal hacer, si no un desconocer quien era el enemigo.
Y entre tanta mala gente y tanta marranería siempre existe ese grupo; muchísimo más numeroso del que me cabía esperar; que ha sabido reconocer, que han querido agradecer, que les ha dolido mi marchar.
Y esa es mi venganza: aquellos a los que les duele mi dolor como suyo no han permitido el triste y sucio final de sacarme por la puerta de atrás. Llevo días en que mi vida es un desfilar de muestras de aprecio, cariño e incluso amor. De romper sus vacaciones por demostrarme la sinceridad de su mano tendida. Y todo ello ante la mirada atónita del absurdo que queriendo lavar su conciencia se une a la procesión del sentir en un despropósito que denota, en mayor medida si cabe, que el que es tonto por naturaleza solo sabe hacer el ridículo.
Qué razón lleva la máxima salmanticense: "Quod natura non dat, Salmantica non praestat".
Descanso eterno a los ineptos. La valía demostrada sigue su senda, y cual arrieritos, en el camino tendremos ocasión de reencontrarnos. Y como el tiempo es juez inexorable que quita y pone razones, todo ocupará su lugar.
Ahora al menos acabó el dislate y la tranquilidad mora en mi cerebro. Terminó de caer la espada de Damocles y puedo disfrutar de la paz que no ha acompañado mi obrar en los últimos meses.

Memorias del recuerdo

Lo bueno y lo malo de la mente humana son los recuerdos.

Cuando la vida te impulsa a seguir adelante, cueste lo que te cueste, tu inevitable compañera es la memoria.
Memorias de experiencias marcadas a fuego.
Recuerdos de tu vida en sensaciones.
Reacciones del pasado que se hacen presente.
La lógica de lo vivido es traído, con frecuencia erróneamente, para resolver el presente, o plantear un futuro por explorar. Siempre la experiencia es un grado y el zorro viejo tiene mucho camino andado y muy curtido su pellejo.
Pero eso solo te es válido, y no siempre, cuando de mundanas cuestiones se trata.
Cuando los sentimientos son los que mandan, los recuerdos, las memorias del pasado son solo equipaje que sobra.
La vida, trasiego de moradas, acervo de recuerdos ...
El paso del tiempo, arañar la felicidad, poner los cimientos en tierra firme, confiar en Dios, amar y anteponer la familia a todo, limpiar la memoria y aceptar los recuerdos es el mejor modo de pasar las moradas.
Poner al día el almacén de memorias del recuerdo, sin eliminar nada de lo vivido, pero colocando cada cosa en su sitio, es una tarea obligada para que la vida no sea un continuo pasarlas moradas.