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lunes, 9 de junio de 2008

El valor de los pequeños detalles

Porqué será que el ser humano se empeña en tener grandes posesiones, en disfrutar de grandes cosas, cuando la vida nos demuestra continuamente que los mejores perfumes se guardan en los tarros pequeños.
Pues esto es lo que pasa con las relaciones personales, siempre queremos más pruebas de la certeza del amor, más señales de la confidencialidad de una amistad, nos cansamos a obtener pruebas de nuestras dudas.
Lo fácil que sería simplemente sentir. Conformarnos con esa mirada, ese apoyar la mano en tu hombro, esa sonrisa al encontrarte, esa palabra inesperada, una caída de ojos, una mano tendida, una palabra de aliento.
Y aún a sabiendas de conocerlo, qué empeño en negar esa evidencia del gesto sutil. Y cargar un día más con el error de darte cuenta cuando ya ha pasado el segundo que diferencia un día de gloria con un día tedioso.
Eso mismo ocurre con los viajes. No soporto los viajes organizados hasta la extenuación, al guía empeñado en ser el mejor informado, los "tours concord". Me jode enormemente los planes que no dejan lugar a la espontaneidad, que no dejan perderse entre la muchedumbre nativa del lugar.
Por lo general viajo fuera de todo operador. Un viaje a verdadera medida, medida, con lo básico: transporte y un techo donde cobijarme con su desayuno, el resto ya me lo busco yo.
Disfruto dejándome llevar por la calles, fotografiando cada minúscula porción de algo que atrae mi atención, charloteando con todo ser viviente que le apetezca contar esa historia de cada día, esa leyenda que solo naciendo allí se conoce.
Solo me gusta vivir mi viaje, interiorizar mi recuerdo, narrar mi experiencia en imágenes no convencionales. Esto me permite sentirme parte del lugar.
Tengo una pequeña manía, cargarme de piedras: Verdaderas preciosidades, o simples cantos rodados, o miserable gravilla del camino que cual diamante tallado ocupa su lugar extemporáneo en la vitrina del pasillo; recoger semillas que infructuosamente planto con devoción al volver a casa; cortar esa flor que encarne el ansia de volver por esas tierras que casi nunca tengo la posibilidad de volver a pisar.
En eso consiste mi viajar, en descubrir el valor de los pequeños detalles. En eso consiste mi vivir, en descubrir el valor de vuestros pequeños detalles.
De regalo un ramillete de bugambillas!, pequeños detalles de mi Salamanca.

Memorias del recuerdo

Lo bueno y lo malo de la mente humana son los recuerdos.

Cuando la vida te impulsa a seguir adelante, cueste lo que te cueste, tu inevitable compañera es la memoria.
Memorias de experiencias marcadas a fuego.
Recuerdos de tu vida en sensaciones.
Reacciones del pasado que se hacen presente.
La lógica de lo vivido es traído, con frecuencia erróneamente, para resolver el presente, o plantear un futuro por explorar. Siempre la experiencia es un grado y el zorro viejo tiene mucho camino andado y muy curtido su pellejo.
Pero eso solo te es válido, y no siempre, cuando de mundanas cuestiones se trata.
Cuando los sentimientos son los que mandan, los recuerdos, las memorias del pasado son solo equipaje que sobra.
La vida, trasiego de moradas, acervo de recuerdos ...
El paso del tiempo, arañar la felicidad, poner los cimientos en tierra firme, confiar en Dios, amar y anteponer la familia a todo, limpiar la memoria y aceptar los recuerdos es el mejor modo de pasar las moradas.
Poner al día el almacén de memorias del recuerdo, sin eliminar nada de lo vivido, pero colocando cada cosa en su sitio, es una tarea obligada para que la vida no sea un continuo pasarlas moradas.